Activate Javascript or update your browser for the full Digital Library experience.
Previous Page
–
Next Page
OCR
CAMINO DE PARIS 3
La poblacién de Amberes, segtin las tiltimas estadisticas,
era de unos 425,000 habitantes; de ellos, 45,000 extranjeros.
Su extensién superficial, unos 21 kilémetros cuadrados. El fla-
menco es la lengua mds hablada, y'la exclusiva del pueblo.
Las calles de la ciudad nueva son amplias y rectas, her-
mosas; las de la ciudad vieja, estrechas y tortuosas, |
Su industria era muy importante por sus fdbricas de tejidos
de algodon, hilo y encajes; sus afamados talleres de diamantes
y sus destilerias, cervecerias y manufacturas de tabaco.
Todo ello, industria, comercio, vida intelectual, ha quedado
por el momento, paralizado ante el rumor cada vez mds cer-
cano del rodar de cafiones como truenos gigantes de una tem-
pestad sin ejemplo, porque no existe elemento en el espacio
mas destructor que el hombre ni rayo mds horrible que la
guerra.
Y al temor de ese rayo, que del cielo de Europa en tem-
pestad surje, con el poder de todas las furias, amenazando
destruirlo todo, tiemblan los sabios belgas como as{ también
los celosos guardadores de bibliotecas y museos, tratando de
salvar de tanta destruccién las obras mds apreciadas que re-
presentan el culto esfuerzo de los siglos.
No describiremos uno a uno los cruentos episodios de que
han sido victimas estos sabios para resefiar con mds deteni-
miento el éxodo del sefior Vherler, bibliotecario de una: de
las salas piblicas de lectura de la ciudad de Lieja. Esta fun-
dacién contaba con un hermoso ejemplar de. arte antiguo,
consistente en una tela de admirable valor que el anciano sefior
Vherler custodiaba con religioso carifio. —
Varias veces el Consejo de la citada fundacién habfa trata-’
do de vender el cuadro para invertir las miles de pesetas ofre-
cidas en adquirir nuevas obras y ensanchar la sala de lectura,
logrando siempre el celoso bibliotecario demorar la venta de
la artfstica joya, no sin sufrir en consecuencia los naturales y
“mds vivos temores, por ser objeto codiciado de astutos rateros
que agotaron toda clase de recursos para burlar la vigilancia
del sefior Vherler.
Imaginese el lector lo que sufriria el buen hombre al caer