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UN HECHICERO INFERNAL | | . 21
noche, y aun entonces la empresa resultaria. peli-
grosisima en extremo.
Afortunadamente, la noche se presentéd tene-
brosa. Buffalo Bill, después de estrechar en. la
puerta misma de Ja empalizada las manos 4 los
amigos que acaso nunca mis: volveria & ver, se
aventuré por la Ilanura que mediaba entre el po-
blado y el bosque, arrastrindose entre’ la hierba.
Cruzé las dos millas largas de prado arrastrin-
dose materialmente por el suelo y sin hacer mis
4 tirar del gatillo, acudid 4 su memoria el pensa-
miento de la nifia que se proponia salvar y desistid
de su propésito.. Dia legaria en que quedasen.
saldadas sus cuentas con el feroz heéhicero.
Lo primero que hizo fué buscar el sitio en quo
los indios tenian sus caballos, ya que pensaba
apoderarse de dos para. hacer en el menor tiempo
posible el viaje hacia el rancho de'Benson.
—Quiera Dios que no hayan puesto perros cerca
de los caballos—se dijo el rey de los exploradores.
tuido que el que hubiera hecho una culebra, sin
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—No. me importa entendérmelas con -hombres ;
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Junto d una de las hogueras, vid d Vibora Rabiosa, sentado y hablando acaloradamente.,,
tropezar con ningin centinela, y se encontré en el
bosque. Una vez en éste, aunque habria de cru-
zar por medio del enemigo, el peligro era mucho
menor, pues quedaban 4 su espalda los centinelas
y los guerreros acampados no extremarfan la vi-
gilancia. Con la cautela de siempre, se interndé en
el bosque aprovechando todos los drboles y acci-
dentes del terreno.
Junto 4 una de las hogueras, vid & Vibora Ra-
biosa, sentado y hablando acaloradamente con un
grupo,de jefes. Imitando lo que en otra ocasidn
hiciera Pico Salvaje, Buffalo Bill preparé el rifle
y apunté al hombre-cuya ‘vida entraiiaba serios
peligros para los colonos de la frontera, pero al ir
pero un par de perros bastan para sembrar la
alarma en el campamento.
No sin gran trabajo logrd, al fin, dar con el
lugar en que estaban los caballos. Halldibanse és-
tos en el borde mismo del bosque. Mas de veinta
bravos dormian junto 4 ellos, pero sdlo se veia uno
de guardia. Como es natural, los indios no espe-
raban ser atacados por aquella parte, puesto que
entre ella y el poblado se interponia el bosque
ocupado por sus fuerzas. No habfa perros.
El rey de los exploradores se arrastré hasta Ile-
gar 4 la espalda misma del centinela, y una vez
lo hubo conseguido, descargd sobre la cabeza de
éste tan tremendo culatazo con su rifle, que lo